En la dacha (y 2)

En el anterior post nos quedamos en la llegada a la bucólica dacha verde después de un aparatoso viaje en taxi.

La dacha, la casa de campo (o lo que para nosotros sería el "chalecito") es una institución nacional y me da a mí que en esta reside la más rancia esencia del pueblo que era fundamentalemente campesina antes de la revolución. La revolución pese a ser un produnto autóctono creo que despersonalizó al pueblo en gran parte (entre otras cosas con esa horrible arquitectura a base de cementazo que impera en las ciudades) y quizás fue en el campo y en las casa que se construían los ciudadanos en las afueras de las ciudades, donde mejor se mantuvo la cultura tradicional.

Las dachas se visten de los más llamativos colores. Sin embargo me han comentado que esto es de influencia finlandesa. La dacha rusa se viste de colores más sobrios: verdes y marrones oscuros. Los colores de la naturaleza. Parece coherente. Provocación. Un vecino de una dacha cercana ha alzado la bandera de los EEUU. Según la gente deben ser un poco raritos por no decir gilipollas.

Según me comentó hace tiempo mi mujer, procede que el varón ruso sea ducho en bricolage y otras chapuzas de la casa, esto es algo que cotiza por no decir que sería obligatorio. Su padre, como muchos otros, construyo su dacha con sus propias manos. Junto a la dacha lo suyo es que haya un huerto donde cultivar verduras (como los omnipresentes pepinos), flores y algunos hasta frutales. Algunas dachas parecen una trabajo de "patchwork" de madera y otras son verdaderas mansiones. A veces se acumulan apretadas unas con otras y en otras zonas disponen de espacios mas amplios.

Los vecinos de al lado en ese momento estaban construyendo su dacha. Un proyecto necesitado de reformas. Y este tenía pinta de abandonado.

En este caso la dacha estaba situada en medio del campo, cerca de una zona de bosques y de un rio. La dacha era de un color verde oscuro con una planta baja y mansarda con una habitación en la cual tuve la suerte de alojarme, en la planta baja había una zona para la cocina con un frigorífico y una placa electrica portable para cocinar, un espacio para un dormitorio y otro que hacía las veces de salón con un pequeño televisor y un sofá-cama. En el lateral de entrada de la casa se había añadido una terraza cerrada a modo de comedor. Por lo que vi luego ese diseño de las dachas es bastante estándar. En la casa no háy baño. Los sanitarios estaban en una caseta y la ducha era de estas echas con un bidón elevado sobre una estructura muy básica cerrada con un plastico.

He aquí la dacha en cuestión.

Luego la dacha dispone de un terreno vallado con algunos pequeños arboles y arbustos arrimados a esta. En el terreno la dueña había plantado patatas, pepinos, cebollas, calabacines, berenjenas y otros productos de la tierra luego había arbustos de frutas silvestres. Además había fabricado un pequeño invernadero para tomates y otros frutos más delicados.

La dueña de la casa que me acogió bajo su techo es Tamara, una madre soltera echada para adelante y en este caso, al no haber hombre que construyese la casa, la construyo ella con ayuda de una amiga. Me confesó que ella era totalmente ignorante tanto en temas de construcción como de agricultura pero que a base de hacerlo aprendió y visto el resultado, sobre todo para un manazas para yo, la cosa tenía pero mucho mérito. Me contó que al principio, las primeras noches en la dacha, pasaba miedo, pero que al final resolvió enfrentarse a este y trascenderlo y ahora vive allí encantada de la vida, eso sí, la mitad cálida del año, porque en invierno eso puede ponerse impracticable por las abundantes nevadas.

Pues nada, ahí me he dedicado a dar paseitos por los alrededores, leer y darle vueltas a la cabeza, vicio pernicioso que no abandono en ninguna circunstancia. Mi señora, intetando inculcarme el gusto por los clásicos, me mando tarea para la dacha: 100 años de soledad de G. M. Márquez (interesante pero a ratos se me hacía larga), el misterio de la cripta embrujada de E. Mendoza (por contra, se lee en un "pispás" y es muy entretenido) y uno con el que no pude, de una autora rusa y del cual no pude pasar de las primeras páginas porque, como no, me deprimía profundamente porque no habla más que desgracias de esa que no hago mas que escuchar por aquí.

La mansarda de la dacha lugar donde me alojé. Recogimento y lectura. Con una mesita se hubiera podido escribir un libro cual Tolstoi. La televisión marca Elektron no funcionaba.

Disfruté mucho paseando por el denso bosque cuyo camino conducía al rio. Se respiraba una gran tranquilidad, sólo se oía el ruido del viento entre los arboles. De vez en cuando algún hormiguero destacaba desde el terreno. A la orilla del rio se podía ver a lo lejos las chimeneas de la ciudad (en línea recta estaríamos a unos 15 kms.) , por dicho rio de vez en cuando pasaban silenciosa y pausadamente los barcos cargueros. El personal se bañaba en este rio pero servidor viendo una espuma rara en el agua y sabiendo del complejo industrial cercano y de la, probablemente, nula política sobre vertido de residuos prefirió mantenerse lejos del liquido elemento.

El camino hacía el rio en el bosque. De lugares como este nacen los cuentos. Orilla del rio. Al fondo se puede adivinar Cherepovets.

Viniendo de una zona de secano semidesértica me emociona y me da un profundo placer cuando veo mucho verde. La cosa hubiese sido perfecta si hubiese podido ver estrellas por la noche pero las noches son todavía muy blancas. Pensé en que tiempo que hace que no veo las estrellas. Malditas ciudades cuya luz oscurece el firmamento.