Para no languidecer estos días en San Petersburgo mientras Irina escribe su nuevo manual de español una amiga de la familia me invitó a pasar con su ella y su madre unos días en su dacha en Cherepovets (aunque suena a "chiripaviets"). Bien, porque así Irina puede trabajar sin tenerme dando vueltas por casa y yo por fín puedo adentrarme en la Rusia profunda.
El viaje fue en tren. De ida fuimos por la tarde, partimos a las 5 de la tarde de la estación de tren de Ladoshkaya, una estación moderna de donde parten los trenes hacia el noreste. El viaje duró unas 9 horas. En clase "turista", en un vagón de literas que me recordó en los que viajaba en la India (si bien allí era la en segunda clase). El viaje no se hace pesado, puede contemplar el boscoso paisaje y puede abrirse la litera y ponerse a leer, al menos el tiempo que dure la luz. Se recomienda también llevarse algo de comida y bebida para viajes tan largos, además ayuda a pasar el rato. Las antiguas estaciones que uno va encontrándose por el camino son de una arquitectura similar, clásica y agradable y en algunas de ellas conservan alguna antigua locomotora soviética a modo de monumento. A mitad del camino paramos en una estación en medio de ninguna parte para cambiar de locomotora. El ambiente crepuscular creaba un ambiente entre onírico y cinematográfico. Oscuridad, luces entre la niebla y una chillona voz femenina sonando de vez en cuando desde no se sabe donde entre agudos pitidos emitiendo Dios sabe que informaciones. Observé con curiosidad el proceso en el que la titánica locomotora se acoplaba al primer vagón.
Llegamos a la ciudad sobre las dos de la madrugada y la salida de la estación estaba cubierta en la mas absoluta oscuridad, ni una puñetera farola. Vamos, que llega uno solo y de nuevas se acojonaría bastante. Cojimos un taxi y comprobé la gran diferencia de precios con San Petersburgo. Un trayecto no muy largo, de unos 10 minutos, que en la capital nos hubiese costado quizás unos 200 rublos o más, aquí nos costó 70, unos 2 euros. Llegamos a casa y dado la hora nos fuimos directamente a dormir. Al día siguiente nos iríamos al campo.
Cherepovets es una ciudad no muy grande de unos 300.000 habitantes situada unos 600 kms al este de San Petersburgo, con una situación estratégica; a mitad de camino del sistema de canales que conecta el Báltico con el Volga y que enlaza fluvialmente San Petersburgo con Moscú (más información), y las rutas de ferrocarriles del este. Este situación hizo que el gobierno soviético decidiese situar allí un centro de producción metalúrgico. A través del agua llega el mineral de los Urales, se elabora en la ciudad y se manda al puerto de San Petersburgo. Así, el paisaje de la ciudad está dominado por las chimeneas emitiendo enormes columnas de humo. Parece que para contrarrestar la contaminación en la ciudad abundan las zonas verdes. Todo este complejo industrial es ahora Severstal (algo así como "aceros del norte") una tremenda compañía metalúrgica y su propietario debe de ser uno de esos oligarcas que se forró rapiñando los restos del estado soviético. Toda la economía de la ciudad gira en torno al metal, justo el día que llegamos había acabado de celebrarse en la ciudad algo así como "el día de los metalúrgicos (o obreros del metal)", que adornaba la ciudad con carteles de regusto soviético. Por lo demás parece que la calidad de vida en la ciudad es relativamente buena. Hay faena, el coste de la vida es razonable y con el incremento del poder adquisitivo de la gente han aumentado los servicios. Por lo demás el paisaje urbano es el mismo. Una compañera de trabajo que se ha movido bastante por el país me comentaba que crea cierta angustia el hecho de que uno pueda ir de ciudad en ciudad y el paisaje sea el mismo: los mismos barrios con los hormigueros de cemento y la omnipresente estatua del abuelo Lenin. Doy fe, paseando por el barrio no me parecía muy diferente a Kupchina. El centro de la ciudad, la parte vieja, es más agradable. Está la avenida Sovietski (soviética, antes de la Resurrección), con sus casas de una planta y su catedral. A las orillas del río se puede ver las enormes grúas del puerto.
Por la tarde compramos provisiones y nos fuimos al campo, a unos 20 kms. de la ciudad. Cojimos un taxi y a mitad de camino tuvimos un momento de pelea de gallitos. Imagínense al taxista tirando por la carretera cuando se encuentra a dos tios en moto delante, uno de ellos va más lento. El tío, por supuesto, no está por esperar y empieza a pitar al taxista. El motorista no le hace ni caso y ni se aparte. El taxista empieza a pitar y a encabronarse. El de la moto no cede. Al final el taxista logra adelantar al motorista y aquí viene lo gordo: el taxista se pone delante del motorista y empieza a frenar para obstaculizarle el paso, miro la cara del tipo y el cabrón se divierte como un niño pequeño, por último culmina su travesura con un corte de mangas. Por supuesto el motorista no iba a quedarse así, acelera y adelanta al taxi por la izquierda dándole un golpe con la mano al retrovisor y se reune con su compañero que seguía delante de nosotros. Es la guerra. DEFCON 2. Los motoristas paran en una esquina y el taxista delante de ellos, mi cicerone primero intenta calmar al taxista, "no pare, déjelo estar", para luego pasarle a recordarle que no somos paquetes sino cliente que le están pagando, el tipo, muy correcto se disculpa pero dice que esto no lo puede dejar pasar. Entramos en DEFCON 1. El taxista sale del vehículo. No empieza a chillar a la española, simplemente se dirige hacia los motoristas diciéndoles algo. Afortunadamente la sangre no llega al río, no acaba de salir del taxi que el enemigo decide retirarse. Respiramos aliviados y podemos continuar nuestro camino. Salimos de la carretera nos metemos por caminos sin asfaltar en donde empiezan a aparecer las pintorescas casitas de campo y, por fin, llegamos a nuestro destino.
Continuara...
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